Birdy, Una Joven Con Un Sonido Muy Maduro



Jasmine van den Bogaerde empezó tocar el piano a los ocho años. A punto de cumplir 20, esta británica de aspecto abatido y delicado a la que todo el mundo, menos sus profesores, llaman Birdy, lanza su tercer álbum de estudio. Beautiful lies saldrá a finales de esta semana, y ella ha pasado por Madrid para presentarlo y aportar su granito de arena en la celebración del 50 aniversario de Los 40 principales. Lo ha hecho con un concierto básico en el Círculo de Bellas Artes. El primero de una serie de espectáculos con los que la veterana emisora musical quiere conmemorar su medio siglo de pop.

Birdy cultiva un estilo “tan económico como evocador”, según la BBC. No necesita más que las cuerdas del piano y su garganta para conmover al público. Acompañada por cinco músicos, vestida de negro, con un chal rojo y enseñando el ombligo, Birdy derramó ante un público joven, entre el que se veían muchos adolescentes acompañados por sus padres, una docena de temas.

Una tarde lluviosa de primavera como la de ayer era el marco perfecto para un concierto dominado por composiciones intimistas pero cargadas de optimismo. En el repertorio no faltaron canciones sus dos trabajos anteriores, People Help The People o Wings y del nuevo disco, como Growing pains, con la que abrió, Wild Horses o Keeping your head up high, el primer sencillo.

Beautiful lies, que se publicará el próximo viernes, es una colección de 18 canciones con la que, según ella, ha entrado en la edad adulta. Ya no le preocupan las mismas cosas que cuando comenzó a cantar a los 12 años. Entonces ganó el concurso Open Mic con un tema propio, a una edad en la que empieza a descubrirse el mundo que hay fuera de la familia. El mundo la descubrió a ella con una versión de Skinny Love del estadounidense Bon Iver a los 14 años.

Cogió gusto a las versiones y publicó un primer álbum con temas de The XX, Phoenix, The National o Ed Sheeran, con el que consiguió remodelar himnos del indie sin degradarlos en almibaradas versiones pop. Su manera de cantar, sencilla, descarnada y sin histrionismos convence a las audiencias. Así sonaba ayer en la sala de columnas del madrileño Círculo de Bellas Artes. Como si fuera una veterana en esto de la música. La madurez de su sonido la acerca más a Feist y Florence and the Machine que a Selena Gomez o Miley Cyrus. Una viejoven que pertenece a una generación que ha nacido después de Wannabe de las Spice Girls o Don’t Speak de No Doubt. Pero no vende carne, solo pop destilado en los alambiques del indie con un look de heroína prerrafaelita.

Con el pelo ligeramente ondulado y largo, como Lady Audley de Rossetti, miraba tímidamente al público y le hablaba en un tono casi inaudible. Nada que ver con la fuerza y la emoción que proyecta cuando canta Skinny Love, para la que su banda, anoche, la dejó sola con su piano sobre el escenario, para hacer lo que mejor sabe hacer. Pocas veces el pop había jugueteado con el indie con semejante sutileza en estos cincuenta años de éxitos de Los 40 Principales.

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